Desde niña estuve enojada con Discépolo. No sabía nada sobre
él, sobre la historia del tango, sobre nada. Pero escuchaba Cambalache,
Infamia, Confesión y me enardecía furiosa. Cómo que “El mundo fue y será una porquería”,
que “La gente que es brutal... feroz...” y sobre todo “me verás siempre
golpeándote como un malvao”... ¡Te pego porque te quiero!. Sin embargo “Uno” fue uno de los primeros
tangos que canté, ya adolescente, consciente de la belleza de la letra y del
desafío de la música para el cantor.
Ahora que exploro la obra de los letristas, no puedo dejarlo
de lado. Hace poco escuché a Alejandro Dolina, a quien hace años había oído
renegar de aquello de “El mundo fue y será una porquería...”, fundamentar que
se daba cuenta ahora de que no tenía sentido enojarse con Discépolo, que los
que hablan así son personajes, que no necesariamente representan lo que piensa
el autor. Claro, eso está en la tapa del libro gordo de la literatura. Y
Discépolo era hombre de teatro y cine, actor y autor, lo suyo era crear
personajes y darles vida. Sí.
Es en el fondo la pregunta nunca bien respondida de la
relación entre el autor y la obra. La filosofía de un poeta ¿es la de sus
personajes? Si a través de su obra los
personajes comparten una filosofía o una visión del mundo, ¿se puede decir que
al autor le es ajena? Puedo decir, tengo derecho, que no me gusta esa visión
del mundo –que por otra parte todo el mundo identifica como la filosofía de
Discépolo- pero hoy reconozco la calidad del poeta (se puede, caramba, ver la
calidad en algo que a una no le gusta). Decir –o pensar- que “el mundo fue y
será una porquería...” limita brutalmente, pero a su vez enfoca y ahonda, como sucede con
el punto de vista de cualquier poeta, que no es la voz “universal”, es la de
él. No me gusta . No me gusta porque ese “personaje” se pone siempre en el
papel de víctima pero ... ¡qué bien se hace oír esa voz!